La participación de la Selección Mexicana Sub-17 en el Mundial llegó a un inesperado y doloroso final. El equipo dirigido por Carlos Cariño no logró avanzar a la siguiente fase, quedando en tercer lugar del Grupo F con apenas tres puntos. A pesar de obtener una victoria de 1-0 ante Costa de Marfil, el rendimiento del equipo dejó una sensación de inferioridad que fue una constante durante el torneo.
El grupo, que se presentaba como accesible, terminó siendo un obstáculo insuperable. Con Suiza y Corea del Sur liderando la tabla con siete puntos cada uno, México necesitaba una combinación de resultados casi milagrosa para avanzar como uno de los mejores terceros lugares. Lamentablemente para el Tri, la derrota de Francia ante Uganda selló su destino, confirmando su eliminación temprana de la competencia.
Este fracaso es un duro golpe para el fútbol mexicano, que depositaba grandes esperanzas en sus jóvenes promesas para brillar a nivel internacional. La eliminación ha generado críticas y cuestionamientos sobre la preparación, la cohesión del equipo y la estrategia implementada por el técnico Carlos Cariño. La falta de efectividad y solidez en el campo, evidente incluso en el único partido ganado, son aspectos que deberán ser analizados a fondo.
Con este revés, el fútbol mexicano enfrenta la necesidad urgente de replantearse su enfoque en las categorías juveniles. El tropiezo sirve como un amargo recordatorio de que el camino hacia el éxito internacional exige más que talento individual. Los aficionados esperan que este resultado sea el impulso necesario para fortalecer el desarrollo de jóvenes talentos y evitar que el Tri siga quedando a deber en escenarios mundiales.
