Los miedos durante la infancia son comunes y forman parte del desarrollo natural, pero en algunos casos pueden evolucionar hacia fobias o trastornos de ansiedad. Distinguir entre un temor pasajero y un problema emocional más profundo no siempre es sencillo para madres y padres. Sin embargo, especialistas señalan que existen tres factores clave que ayudan a identificar cuándo un niño podría estar desarrollando un trastorno de ansiedad.
⭐ Frecuencia del miedo
El primer indicador es cada cuánto aparece el miedo. Si se manifiesta de forma ocasional o esporádica, generalmente no representa un riesgo. No obstante, cuando el niño expresa el mismo temor todos los días, evita situaciones o convierte el tema en una preocupación constante, podría tratarse de una señal de alerta.
⭐ Intensidad de la reacción
El segundo factor es la fuerza con la que el niño reacciona ante aquello que teme. Los expertos sugieren evaluar la reacción emocional en una escala del 1 al 10 para dimensionar su gravedad. Respuestas extremas, llanto inconsolable, ataques de pánico o conductas evitativas intensas pueden indicar un problema mayor.
⭐ Duración del miedo
La tercera clave es cuánto tiempo persiste el miedo. Según el DSM-5, para considerar un diagnóstico de fobia o trastorno de ansiedad, los síntomas deben permanecer al menos seis meses. Aun así, los especialistas aclaran que no siempre es necesario esperar tanto si el miedo ya está afectando la vida cotidiana del niño, su aprendizaje o su convivencia.
Miedos que cambian con la edad
Las preocupaciones infantiles suelen transformarse conforme el niño crece.
- Bebés y niños pequeños: ruidos fuertes, personas desconocidas o separarse de los padres.
- Etapa preescolar: temores imaginarios como monstruos, fantasmas o la oscuridad.
- Adolescencia: aparecen miedos más realistas, especialmente relacionados con la vida social.
Uno de cada tres niños puede presentar algún tipo de ansiedad significativa, por lo que la atención temprana es fundamental.
¿Qué hacer y qué evitar como padres?
Aunque proteger al niño de cualquier angustia parece lo más natural, los especialistas advierten que evitar por completo aquello que temen puede reforzar el miedo. Lo recomendable es reconocer sus emociones, validar lo que sienten y reforzar medidas de seguridad acordes a su edad.
Cuando el miedo está relacionado con situaciones reales, como catástrofes naturales o violencia, se aconseja promover un diálogo abierto, explicar la baja probabilidad de que ocurra un evento peligroso y, si ayuda, crear un plan de contingencia que brinde seguridad.
¿Cuándo buscar ayuda profesional?
Si los temores persisten más de seis meses, se intensifican o afectan actividades básicas como dormir, socializar o ir a la escuela, es momento de acudir con un especialista.
La terapia cognitivo-conductual (TCC), especialmente la terapia de exposición, ha mostrado alta eficacia en niños. Este enfoque expone al menor a su miedo de manera gradual y controlada: primero con imágenes, después observando la situación a distancia y, finalmente, interactuando con el estímulo cuando ya existe confianza suficiente.
